En septiembre 2012, a los 3 meses de llegar a New York a trabajar en JPMorgan, tuve la suerte de trabajar en una transacción que implicaba hacer un préstamo grande, y que por ende tenía que ser aprobado por el Head de Créditos Global (el jefe del jefe de mi jefe). Estuvimos dos semanas preparando la reunión. Entramos a la sala y la conversación fluía bien; incluso me empecé a agrandar porque contesté algunas preguntas con buenos datos. Cuando estaba por terminar la reunión, el Head Global me miró y me preguntó: ¿y vos qué harías? Casi me desmayo. Me subieron las pulsaciones y empecé a tartamudear lo que pensaba sin mucha coherencia. Fallé. Fuerte.
Desde entonces, siempre que tengo una oportunidad similar, intento ir con una recomendación. Tal fue el impacto, que lo he tratado de convertir en algo cultural en cada equipo en el que estuve.
Tener que hacer una recomendación nos fuerza a analizar el caso en mayor profundidad dado que hay que adueñarse y hacerse cargo de la misma. Nos obliga a profundizar en las virtudes y en los riesgos. Tenemos que hacernos las preguntas correctas y anticipar las respuestas. Los fundamentos tienen que ser sólidos y con data que los respalde.
La gran mayoría de las personas pasamos nuestro día contestando emails, empujando procesos, teniendo reuniones y haciendo todo tipo de tareas rutinarias. Hay que aprovechar cada oportunidad de toma de decisión. Formar una opinión, decirla, defenderla, tomar una decisión y hacerse cargo de la misma es lo que diferencia a los distintos de los mortales.
A los CEOs les pagan sueldos extraordinarios principalmente por esto. Toman decisiones. Constantemente.
¿Vos qué harías?
¡Éxitos y Conquistas!
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